Las transformaciones de las cosas
Eckels estaba
cansado de ser siempre el cobarde que huye al ver al tiranosaurio.
No debería estarlo,
los personajes generalmente sufren de amnesia siempre que alguien lee
la historia de la que son parte y repiten
una y otra vez lo que escribió el autor. Pero las innumerables
relecturas que tuvo “El ruido de un trueno” provocaron en Eckels
un déjà vu que evolucionó en la fatalista certeza de que él es el
cagón que se sale del sendero antigravitatorio y pisa la mariposa
que cambia irreversiblemente el presente por uno más oscuro.
Así que juntó toda su
fuerza de voluntad para torcer la trama. No es algo sencillo para un
personaje, pero estaba decidido. Aprovechando el momento en que
Bradbury lo hace apuntar en broma con su rifle, ni bien salen al
Cretácico, mata a Travis y al resto del safari y regresa corriendo a
la máquina del tiempo, sin salirse del sendero, pese a que Bradbury,
alertado de la rebelión del personaje, lo sacude con furia.
Eckels sabe que no podrá
volver a su presente, Bradbury le impide controlar correctamente la
máquina, pero está decidido a que el autor no se salga con la suya.
La lucha es cruenta y agotadora para ambos. Finalmente, la máquina,
fundida, cae en un sueño. Eckels, agonizando, es expulsado de ella y
aplasta ―irónicamente, ya que Bradbury está demasiado agotado
para escribirlo― una mariposa que pasa por allí.
Como
es una mariposa onírica, y no ficcional, a Eckels no le importa.
Muere feliz. Su presente está a salvo.
Pero no:
miles de antologías de ficciones breves implosionan, arrasando al
universo con ellas. Es que por más que se devanó los sesos, Chuang
Tzu nunca pudo acordarse al despertar qué carajo pasaba en ese sueño
tan bueno que había tenido.
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A ver qué es lo que tenés que decir al respecto, eh.