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Dos textos encontrados en un backup

Siguiendo con la costumbre de escribir este blog que nadie lee, agrego un par de textos que escribí en el curso de sitcom que hice en el Rojas.
El primero es el relato de una consigna que debía cumplir: meterme en un lugar en el que me sintiera un sapo de otro pozo. Aquí va:
 

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Salgo, no muy convencido de que hacia donde voy sea el lugar correcto para lograr el estado requerido por la consigna, más que nada porque el estado requerido es un estado normal en mí y entonces es lógico encontrarse en un vicioso círculo paradójico. Pero, bueno, lo cierto es que como jamás iría a una exposición de mascotas llamada "Cachogos" (aunque mi costado sensato y profesional intuye que este cacofónico nombre es una contracción de "cachorros" y "juegos" no puedo dejar de imaginarme niños autistas y oligofrénicos en sillas de ruedas cantando a los gritos y con espumarajos de baba "¡Cachogos, Cachogos, en la Gugal!") hacia allá me dirijo.
Lamentablemente, es en vano, ya que la exposición (¿gracias a la crisis?) abre sólo viernes, sábado y domingo y hoy (el hoy narrativo) es lunes. Podría volver mis pasos y meterme en la Iglesia Universal de Cristo de Pacífico pero no tengo ganas, todo lo relacionado con sectas y religiones no me es lo suficientemente extraño como para sentir extrañamiento y, la verdad, los dos que estaban en la puerta oficiando de anfitriones me daban un poquito de miedo y tampoco es cuestión, ¿no?
Entonces, ¿qué? No sé, sólo una actitud zen puede salvarme... y lo hace, ya que luego de ir a la semideriva por la avenida Sarmiento encuentro que ese costado de la Rural está iluminado y con gente ingresando. Primera prueba: pasar el cana de la puerta ya que todos los que entran interactuan con él. Justo a mí, que hasta los boyscouts me despiertan paranoicos recuerdos del Proceso. Pero lo logro. Me gustaría decir que contesta a mi pregunta de ¿Puedo entrar? con un Afirmativo pero no lo hace. Un cortante , seguido de La entrada la tiene que sacar en el Pabellón Azul y allí voy, literamente rumbo a lo desconocido ya que no tengo idea que es lo que hay allí dentro.
Hay olor a cuero y probablemente bosta, banderas de algo con un logo que asocio con talabartería y polo, así que ha de ser algo rural, aunque no la Rural (soy despistado pero no es para tanto...). Pero a mi derecha, en el pabellón donde entra la gente, se está desarrollando un Fashion Week... bueno, la ropa campestre también es parte de la moda, me digo, no muy convencido. Aparentemente hay que ingresar con invitación (¿es la inauguración?), pero veo que en el pabellón de la izquierda las puertas automáticas se abren y se cierran sin custodia. ¡Allá vamos!
Y entonces descubro que se trata de dos exposiciones, una rural y otra fashion, y que la rural aparentemente es libre y gratuita. Camino por los puestos de productos regionales, preguntándome si acá lograré el extrañamiento necesario y más cuando es lo suficientemente tarde como para que los puesteros ya estén guardando la mercadería, hasta que llega la salvación: Al fondo se desarrolla un remate de carrozas.
¡Lo que es la suerte, fijesé usté, amigazo! Difícilmente encuentre algo más raro para mí. Así que me siento a ver cómo se produce la subasta de sulkies y carretas de lujo. Me gustaría encontrar en el público arquetipos de la oligarquía terrateniente local, viejos chetos criollos y bronceados y señoras bian con estolas de piel y collares de perlas, pero no los hay. Esto no quiere decir que el público se caracterice por su sencillez y humildad y que no sea arquetípico, pero una cosa es un oligarca y otra un garca, y acá todos caen en la última categoría.
Y miro, cuidando mi gestualidad, no sea cosa que me rasque la pelada y termine comprando un faetón del siglo XIX por sumas que en mi malariosa perspectiva son astronómicas. Pienso en el destino de esos carruajes antiguos, bien conservados, por los que pagan miles de pesos, y no puedo imaginármelo. Porque por lo que salen me parece una picardía usarlos como carreta y no creo que los vayan a poner en el jardín del country como adorno e involuntario portamacetas, son cosas como para tener en museos y no me parece que estos garcas tengan un museo en la estancia. ¿O sí? ¡Vaya uno a saber!
Lo cierto es que el rematador no tiene el ritmo de los rematadores de las películas y todo se desarrolla en un clima de formal informalidad que da la impresión de que todo es una representación, de que todo el remate es ficticio, un ritual en el que se simulan operaciones de compraventa que, en realidad, ya se habían producido, una pantalla de legalidad para un negocio conducido en las sombras unos días antes. Y yo me aburro. Porque todo lo que aquí me rodea me parecerá raro pero eso no quita que también me parezca aburrido, poco anecdótico. ¿Que hay un gaucho con actitud de cana y que probablemente lo sea? ¿Qué por una montura se pagó lo que yo ganaría en un año? ¿Que un testaferrito de traje consulta por celular con su patrón si sube la oferta o se planta? Poca cosa, no me interesa.
Doy vueltas por la exposición un rato, me paro en el stand de un club de vinos a mirar y un chabón muy empilchado, responsable del puesto promocional sin dudas, se para junto a mí a una distancia mucho menor que la recomendable por las reglas de la etiqueta proxémica y siento su aliento en mi oreja derecha mientras hojeo una de las revistas que estaban sobre la mesa. ¡Está bien, ya me voy!
Así que salgo y comienzo una nueva fase de la experiencia: tratar de colarme en el Fashion Week. No lo logro, como tal vez tampoco logro mi propósito secundario: volverme lo suficientemente sospechoso como para irritar a la gente de seguridad del evento pero no tanto como para que se me pueda acusar de algo.
Pruebo mendigarle seductoramente a la promotora de la puerta que me deje pasar de onda pero la piba ha de ser tortillera porque es indiferente a mi espectacular belleza y mis encantos de langa latino rioplatense. Vago por el estacionamiento subterráneo con la esperanza de encontrar una escalera de incendios, una puerta de servicios, algo que me permita escabullirme, pero nada. Rendido salgo a la superficie y comienzo a vagar por el predio de la Rural. Y descubro que en el pabellón adyacente al Fashion Week, en el que se ven los andamios y las lonas que actúan como paredes del evento, hay una puerta abierta. Y ya estoy dispuesto a entrar, levantar la tela negra y pasar al lado donde resuena el dance y brillan los oropeles cuando el reflejo en el vidrio de un cana que se aburre en la exposición campera activa mi natural cobardía y todo queda en lo conjetural. Mucho más tarde pienso en lo coyotesco de mi proyecto, ya que la oscuridad y el espesor de la tela me impedían saber qué carajo me iba a encontrar del otro lado. ¿Y si aparecía en un probador  ocupado, con una mina que se ponía a gritar histérica? ¿O si me topaba con los borceguíes de un patovica de remera apretada y pelitos con gel? ¿O llegaba a un lugar que no era el Fashion Week sino un mundo paralelo donde soy confundido con un peligroso asesino con pedido de captura interplanetaria?
Así que me voy.Al pasar por la Iglesia Universal de Cristo me detengo. En la puerta un cuaderno enorme y de tapas duras, el Libro de las Oraciones, espera junto con una birome a que ingresemos nuestro nombre para así ser incluídos en las plegarias de la fecha. La tentación es demasiado fuerte y es así como Giacomo Casanunda (el segundo amante más grande del Mundodisco) tendrá su bendición en el nombre de Jesús. Amén y amén, aleluya hermanos, terminé el relato.

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El otro se trataba de hacer un monólogo sobre una cita a ciegas, algo acerca de lo cual carezco de toda experiencia personal. Pero salió algo que me gustó y es esto:

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O sea, viene mi amigo Diosdapán y me dice "Te conseguí una cita a ciegas con una mina, que hace rato que no la ponés" y yo "¿Qué decís? Si yo la pongo tres veces por día", "Sí, en la palma de tu mano, para hacerte la paja", "Y qué hay de malo, eh, ¿o acaso vos estás en contra del trabajo artesanal?" La cosa es que cuando me quiero dar cuenta me encuentro comprometido a llamar a la amiga de la prima de la novia de Diosdapán, que seguro este se la quiere voltear y como es un cagón pollerudo me usa a mí de vergaferro, no sé si me explico. Y no quería llamarla porque toda la idea me parecía una yanquilada de la tilinga de la novia de Diosdapán pero después me dio penita, quizás pobre chica está condenada a cuidar a una madre anciana y enferma y yo sería su única alegría, la pija primigenia que abriese de par en par el himen de su corazón virgen y la hiciese sentir una verdadera mujer. Así que la llamé y resultó que no, que la mina esta, Melisa, era más rápida que no sé qué y yo, que me la iba de winner, me enredé con las palabras de una manera que debería haber quedado lobotomizada del embole, ya me esperaba que me saliese con una excusa o qué sé yo, pero sin embargo agarró viaje y quedamos en encontrarnos el sábado a las nueve en la esquina de Salguero y Las Heras. Y ahí empecé a hacerme la película, seguro que me caló el punto y me va a dejar de plantón, o, peor, va a venir para cagarse de risa de mí, les va a contar todo a sus amiguitas, si lo sabré yo, qué se cree esta, que yo no veo Sex and the City, yo sé cómo son las minas hoy día. No, si en cuanto llegue le cruzo la jeta de un sopapo y le digo "Acá el macho soy yo, 'tendés, tilinguita?". Já, a papá mono con bananas verdes. Pero después pensé que papá mono iba a tener que hacerse la del idem si no bajaba los humos y cuando llegó yo todo sonrisas como si nada, qué tal, que esto, que l'otro, que a la parrala le gusta el vino, la cuestión es que la mina de repente saca de la cartera un faso y ahí le veo un mazo de cartas de Tarot y yo que ni miro el horóscopo del diario por miedo a tener la obligación de cumplir con lo predicho me puse paranoide y si la mina me agarraba la mano yo ya me imaginaba que me quería leer la palma y si miraba el pocillo del café yo ya la veía interpretando la borra y si me decía que había una torcaza en la ventana yo ya pensaba que estaba queriendo destriparla para ver el porvenir cual augur de la Antigüedad Clásica Grecorromana, no sé si me explico. Así que decidí tomar el toro por las astas y le dije "¿Así que vos sos adivina? Yo también te predigo el futuro: Dentro de una hora vos vas a estar con las patas abiertas y yo dándote para que tengas como nunca te dieron en tu vida". Bueno, en realidad no se lo dije sino que lo pensé bien fuerte, cosa de que si la mina es tan bruja como se creía seguro que me lo escuchaba con la telepatía. Es más, traté de hacerme vívidas imágenes de nosotros dos cogiendo como animales salvajes, rompiendo la cama en cuatro, para ver cómo reaccionaba, pero nada, es más, va y me pregunta por qué yo estaba tan callado y mirándola fijo. Claro, hacete la tonta ahora. Pero no me iba a ganar. "Es que tu belleza me obnubila y me nubla el entendimiento". Faaa, se la dije. ¿Soy o no soy un winner? No, no lo soy, porque la mina agarra y me dice "Sos un pelotudo, sabés. Ni sé para qué acepté venir. Tan simpático que parecías por teléfono y resultaste un opa. ¿Qué te pensás, que una porque acepta venir a una cita a ciegas está desesperada que se va a bancar que la tomen para la joda? ¡Andá a lavarte el orto, aparato!". Así que me fui para casita, que si me apuraba llegaba a ver Wild on E!, que a veces pasan minas en tetas. Por eso, querés un consejo, nunca vayas a una cita a ciegas, fracaso asegurado, te lo digo yo, que sé del tema.

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Bueno, espero que les hayan gustado. Y si no, no me importa.

Comentarios

  1. Yo estoy leyendo.
    Es más, había leido algunas cosas tuyas en La idea fija.
    Es decir, ahora hay una persona leyendo todo esto.

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A ver qué es lo que tenés que decir al respecto, eh.

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